Cuando un parto normal se convierte en una cesárea de emergencia
Llevo días pensando en este post, elaborándolo en mi mente y organizando cada palabra, cada pensamiento de forma que pueda llegar a tu mente y corazón. Y aquí está mi mejor versión de cuando un parto normal se convierte en una cesárea de emergencia.
Bianmarc nació el 25 de abril del 2014 a las 6:35 am luego de una larga pero anhelada espera. Yo había decidido desde el momento en que me entere de mi estado, dar a luz de forma natural. Ese pensamiento de hizo parte de mi ser, lo tenía pegado en la frente como una estampa y cuando la gente me preguntaba como iba a dar a luz, esa era mi respuesta: “Natural”. Todos quedaban en shock y comenzaban a darme una terapia para que cambiara mi decisión o me decían que el médico buscaría una excusa para que eso no fuera así. Yo defendía mi posición y mi decisión porque entendía que podía hacerlo, podía parir, estaba capacitada para traer a mi hijo al mundo de forma natural y para mi era un placer pensar que estaría ayudando a su bienestar y al mío propio.
Según los exámenes de rutina todo iba bien, nunca tuve problemas de hipertensión, solo una gripe que me mantuvo en casa casi un mes por probabilidades de neumonía. Durante esos días organice todo, planche toda su ropa, limpie su cuarto de cabo a rabo, y contaba las horas y los días esperando que llegará el día en que conocería a mi príncipe azul.
Fue el 23 de abril a las 10 pm cuando comenzaron las contracciones, como madre primeriza, distinguirlas se me dificultaba un poco, así que seguí la estrategia de varios artículos que hablaban de las contracciones, encendí el cronometro de mi celular y comencé a contar cada cuantos minutos sentía una molestia.
Llame al doctor y el me dijo que estuviera tranquila, que el proceso no iniciaría tan rápido. Al día siguiente, seguía con las contracciones pero leves, así que me dispuse a asistir a mi último taller pre-parto “Mujeres Multitasking” y allá al ver mi estado y después de haberles contado mi condición, todos estuvieron super pendientes de mi. Las contracciones comenzaron a intensificarse y a pasar cada 9 , 10 o 15 minutos. Subí los pies en una silla y comencé a respirar hondo. ¡Pero aún no era la hora!
Comí, compartí y llegue a mi casa con mis contracciones moderadas, pero llegue. Justo ese día, cumplí las 40 semanas. Volví a revisar el bolso del hospital y arregle todo de nuevo. ¡Ya sabía que el momento estaba cerca!
Ya en la noche, las contracciones comenzaron a pasarme cada 2 y 3 minutos, respiraba hondo y trataba de aguantar, para poder llegar a la mañana del día siguiente, pero no pude, a las 12 de la media noche me vestí, me puse algo cómodo y desperté a mi esposo. Le dije que me llevara a la clínica que ya era hora. Él, como en shock, salto de la cama y solo me preguntó: ¿De verdad?
Se vistió super rápido, llamamos un taxi, pero se nos quedó lo más importante: el bolso con todo lo necesario y el expediente. Al llegar a emergencia, me hicieron el tacto y tenía solo un centímetro, luego de 24 horas de dolor. Me dejaron ingresada y mi esposo llamó a su cuñado para que fuera a buscar nuestras cosas a la casa.
¡Esa fue la noche más larga de mi vida! El reloj de la caja del cable de la habitación del hospital se volvió mi compañero inseparable, no dejaba de mirarlo, sentía que los minutos no pasaban pero las contracciones pasando cada 2 y 3 minutos me recordaban que el tiempo seguía pasando y me devolvían a la realidad.
La doctora que estaba de turno me monitoreaba cada 1 o 2 horas. Me medicaban un poco para el dolor, pero nada valía. Llego un momento en el que me vi la barriga apretadita, el bebé estaba haciendo su mejor esfuerzo pero algo andaba mal. En una de las visitas al cuarto, la doctora de turno estaba monitoreando al bebé, cuando de repente me dice: “¿Tienes el numero de tu doctor?” Le conteste que sí y mi esposo busco mi celular, marcó el numero del doctor y le puso a la doctora de turno. Ella salió del cuarto para hablar con el. En ese momento lo que pensé era que ya había completado los centímetros correspondientes. Ya casi amanecía.
Mi ginecólogo llegó a las 6 am a la clínica, me hace el tacto y me dice que solo tengo un centímetro. Me puse a llorar. ¡No puede ser! ¡Si ya las contracciones pasan cada 2 y 3 minutos! El doctor me mira a los ojos y me dice que hay que hacer una cesárea de emergencia, me explica que la doctora de turno lo llamo porque al bebé no se le sentían los latidos, estaba debilitándose y estaba en estrés, que si no actuábamos ya, podía morir.
Ahí murió mi ilusión de tener un parto natural, no quería pensar ni en la más remota idea de una cesárea, pero la vida me jugó sucio. Era decidirme por aguantar más y arriesgar a mi hijo, o someterme a una cesárea. Obviamente me decidí por la segunda opción, mi hijo estaba primero. Su vida me importaba más que mis deseos, no lo podía exponer.
A las 6:35 am nació Bianmarc, de 8 libras y 7 onzas, completamente sano y hermoso. Mi mejor regalo y mi más bella bendición.
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Por mi mente nunca pasó tener una cesárea programada, espere mi tiempo, complete mi ciclo, mi cuerpo dió la señal de que el momento había llegado y estaba dispuesta a afrontarlo de la mejor manera. No todo salió como lo planee pero no fue por tomar el camino fácil, el camino de la incertidumbre, entre si mi hijo estaría listo para nacer o si faltarían semanas para que completara su desarrollo.
Siempre supe que dar a luz normal era la mejor decisión, pero cuando no se nos da por alguna razón, que no sea por ti misma. Si puedes concebir, puedes parir. Tu cuerpo está capacitado para ello, es lo mejor para ti y te aseguro que será lo mejor para tu hijo.