No es lo que se dice, es como se dice

No es lo que se dice, es como se dice

Las palabras pueden ser maravillosas herramientas de inspiración o grandes armas de destrucción. Tienen el poder de levantar y motivar o de desilusionar y degradar.

Se dice que sólo el 7% de toda la comunicación verbal corresponde a la interpretación del significado literal de las palabras, el 33% pertenece al tono de voz con el que pronunciamos las palabras y el 60% restante lo abarcan los gestos, el lenguaje corporal y el contacto visual. Esto explica porque lo que expresamos con nuestros gestos nos afectan más que las mismas palabras que se dijeron o que no se dijeron.

Las palabras correctamente seleccionadas y utilizadas pueden cambiar significativamente el día y hasta la vida de las personas. Pueden ser un sello indeleble de por vida y puede cambiar nuestro humor y nuestra perspectiva.

¿Recuerdas algún momento cuando alguien te hizo tu día o te lo arruinó por algo que él o ella te dijo o por algún gesto que hizo? ¡Yo si! Y créeme que han sido muchas veces las que me he sentido mal porque no entiendo la manera de comunicarse de muchas personas que no saben decir nada sin herir al que les rodea, sin votar fuego por la boca o sin destrozar con los pies lo que construyen con las manos. No entiendo por qué para contestar o expresar su punto de vista necesitan hacer gestos insanos y molestos y, lo peor es que, estas personas que tienden a menospreciar a los demás con sus palabras o acciones son las primeras que se ofenden cuando les interrogas sobre su actitud o le expresas que no te gustó su acción.

Por mas duro que sea lo que tengas que decir, si lo haces con dulzura, amabilidad y humildad el mensaje será mejor recibido y aceptado por la otra persona. La forma en la que decimos lo que decimos impacta de manera positiva y negativa el corazón de los demás y es un factor que no debe tomarse a la ligera pues los resultados pueden ser irreversibles y perdurar por toda la vida.

Algunas veces es mejor quedarnos callados si lo que diremos va en detrimento de los demás. Si estamos enojados o airados no caigamos en la tentación de decir todo lo que nos viene a la boca, porque la sangre cuando está caliente no mide la profundidad de la herida que pueden causar sus palabras.

¿Cómo conocer el impacto de nuestras palabras sobre los demás?

Reconocer que no somos perfectos y que podemos mejorar día a día es el primer paso para que nuestra vida cambie significativamente para bien. Debemos hacer uso de la empatía para ponernos en los zapatos de los demás y preguntarnos que pueden sentir en ese momento.

Al soltar nuestra coraza y ponernos en la posición de los demás sentiremos lo que sienten, su pena, su tristeza o su alegría. Sea cual sea la situación, practicar la empatía con todo el mundo es lo que nos permite ser humildes y delicados con cada persona sin sentirnos superiores, cuidando siempre la manera en la que transmitimos nuestro mensaje.

En cuanto a los niños…

Los niños son los más vulnerables y es por ello que en nuestro trabajo de la crianza respetuosa cuidar la forma y cuidar los gestos con los que nos comunicamos se hace urgente. Las palabras dejan marcas en nuestras vidas más profundas que los latigazos.

Si no escuchamos a nuestros hijos, ellos no nos escucharan a nosotros y mucho menos nos respetaran. Si los ofendemos y menospreciamos no podremos exigirles que nos respeten porque ¿Qué ejemplo le estamos dando?

Tener una buena relación con nuestros hijos demanda tener una buena comunicación con ellos, y saber comunicarmos implica saber que decir y como decirlo, sea con palabras o con gestos.